Troteland

Al entrar al establecimiento inmediatamente adiviné la desventura que me esperaba. A momentos de ser atendido, una estrafalaria señorita asumió el mando de la operacion irónicamente llamada ´servicio al cliente´.

Mi sorpresa era la contradicción entre el grado de ineptitud de aquella persona y la magnitud de la importancia de su puesto de trabajo. Al parecer las compañías electricas substisten en su nefasta y podrida administración inyectandole a sus subalternos la misma doctrina indeleble y avasalladora, cuyos principios fundamentales consisten en desesperar al cliente hasta la muerte (o lo más parecido a esto) vía cualquier medio necesario o por lo menos hacer que se vaya conforme en su inconformidad.

Al salir, airoso pero mal herido de esta horrible batalla, me dirigí hacia las calles de mi casa y me azotó el recuerdo de que estas estaban siendo destrozadas lentamente, produciendo el más torturante efecto de contaminación sonora que se pueda imaginar. Todo gracias a otra brillante compañía, en esta ocasión de redes telefonicas, que trabajan para nosotros ¨día a día¨( o comosea) cuyos tentáculos hambrientos de efectivo se extienden desafiando toda oposición, inclusive la de la opinión pública.

Herido, azotado y abrumado subo al apartamento donde aún alcanzo a oir la terrible melodía destructiva y recibo un último trompón como para terminar el round por K.O: No había luz desde esta mañana. Caí atontado en la cama y segundos después recordé su imagen. La evoqué gritando: OH DUARTE! DONDE ESTAS?!

Su cadaver patriótico debe estar retorciéndose de verguenza en la tumba ante la cara de pendejos de este pueblo que no aguanta otra injusticia más.